miércoles, 27 de febrero de 2019

LA GRAN GUERRA IRMANDIÑA



Espada y hacha, sangre y fuego. Y es que desde el principio de los tiempos en esta península ibérica hemos sido así; no te creas que viene de hace poco lo de matarnos entre hispanos. A veces con motivos y otras veces… bueno otras veces igual motivos no hay; pero las tradiciones hay que mantenerlas vivas en el alma y una guerra civil cada ochenta años; o una guerra con el pequeño reino vecino antes de la existencia de España; son obligatorias en el hispano de bien. Se declare español, español y otro a la vez o solo otro. Cada cierto tiempo hay que guerrear y se guerrea. Tradición es tradición. 

La edad media fue sin ninguna una época llena de 
emociones en Galicia. Cada cierto tiempo las tormentas
 de tipo meteorológico dejaban paso a las tormentas en 
las que "llovía muerte y sangre" Esta imagen pretende 
reflejar la llegada de esas "tormentas de maldad"
A lo que estábamos, unas veces con mas diferencia de tiempo otras con menos. Unas con la razón de la justicia de los hombres otras con la razón de lo que es justo de corazón. Unas con la verdad de la realidad y otras con la verdad de “Mi espada solo habla con la verdad y, si opináis que miento aquí mismo sus degüello”; entre los nacidos en esta península ha sido tradición habitual la de matarnos los unos a los otros. Y que a nadie se le ocurra venir a molestarnos, porque entonces nos juntaremos todos para matar a los que vengan a molestar antes de volver a lo nuestro, que es matarnos. De esto bien informado esta un tal Napoleón, que llego a la península hecho todo un campeón y salió de ella con la cara partida a guantazos.

Volvamos a nuestra historia que si no nos desviamos hacia donde no debemos ir, ya que hoy vamos al siglo XV y no al XIX. Del pequeño caporal, la Grande Armee y demás asuntos napoleónicos ya hablaremos en alguna otra ocasión. Esta vez vamos a llevar flores a la tumba de un amigo.

Hace algunas semanas viajamos hasta el Moeche de 1431 a conocer a un héroe de leyenda; nuestro amigo Roí Xordo. Le acompañamos en su fulgurante carrera como valeroso líder rebelde sublevado; desde que asalto el castillo de Moeche con el propósito de afearle la mala conducta al cabroncete de Nuño Freire; alias el Andrade Malo; a la manera en que en la época se afeaban las conductas a los nobles: a golpe de asalto, fuego, guerra y muerte. La tradición de la época, ya sabéis: no debemos darle demasiada importancia. Le seguimos de castillo en castillo y llegamos hasta Santiago, donde tuvimos que retroceder y le vimos luchar en la batalla del Eume, donde cayeron a su lado, sin rendir sus armas, unos diez mil irmandiños. Y más de uno, sin duda, dejo caer alguna lagrima cuando el cabroncete de Nuño le amputo la mano y lo arrojo a la celda de Elvira antes de enterrarlo vivo.


El clero no tardo demasiado en unirse a las Santas 
Hermandades. Salvando la excepción del Arzobispo de 
Fonseca la totalidad del clero gallego se unio a las
 Hermandades con la esperanza de que estas
 les protegieran de los nobles laicos.
Bueno, lo cierto del caso es que nuño no dejo un mapa claro acerca de la localización de la tumba de Roí, las tradiciones de la época no incluían honrar a los enemigos caídos si los considerabas inferiores; o si eras Nuño el Malo. O si preveías que se fuera a convertir en lugar de procesión y de homenaje que a la larga podría darte problemas. Así que las flores las podemos dejar en cualquier parte de las cercanías de la fortaleza de Nogueirosa, los espíritus de sus hombres caídos de seguro se las llevaran al espíritu de Roí en nuestro nombre. 
Os preguntareis la mayoría porque sé que el espíritu de Roí recibirá las flores; la respuesta es sencilla: aunque Roí murió en 1431, su espíritu y su liderazgo no lo hicieron. De hecho, entre el año 1431 y el año al que viajamos hoy, se produjeron multitud de… como decirlo; mini alzamientos. Algunos de los hombres de Roí que pudieron escapar al triste destino que les deparo la batalla del Eume. Bien por casualidades del destino, bien porque Roí les hubiera encomendado otras misiones y no estuvieran en la batalla presentes. Lo cierto es que estos hombres no dejaron que la muerte de su líder les hiciera rendirse; fueron más cuidadosos y se volvieron a organizar. De hecho, hasta 1467 aquí en Galicia las cosas estarían un poco; ¿cómo decirlo suavemente?; estuvieron un poco calientes. Si hubiese habido televisión en la época nos habrían pintado como Siria o como Ucrania. Aunque sería quizás un poco exagerado.
En 1446 algunos de los supervivientes de las fuerzas de Roí; consiguieron adiestrar una fuerza que pondría en jaque a los condes de Allariz durante un par de años. En Viveiro sucedería algo similar, pero de muchísima menor duración en 1454, en 1455 se liaría parda en Ourense y en Lugo en 1457. Esto a nivel urbano; en el área rural el aquí degollamos al hijo tercero del Señor y en respuesta los hombres del señor queman las viviendas de diez campesinos escogidos al azar, era una práctica muy habitual; pero sin llegar a convertirse en tradición o costumbre, no nos confundamos.

Era aquella una época en la que, en toda Europa los reyes tenían poco más poder que una cuchara, y en el caso de la corona de Castilla esto se agravaba con más problemas y pseudo conflictos civiles de los que nuestro amigo Enrique IV podría desear. Lo cual hizo bastante para que; a imagen de otros reyes en Europa; le repartiera algunas prebendas a las ciudades y villas, de este modo se podía apoyar en ellas para enfrentarse a sus teóricos
El torreón de Andrade en Pontedeume, fue una 
de las posiciones que Alonso de Lanzos capturaría durante 
el alzamiento en 1467 y que se mantendría bajo control de 
las Hermandades hasta principios de 1472.
vasallos, la nobleza feudal. No olvidemos que estos nobles a veces “olvidaban” sus juramentos, o los perdían y cuando los volvían a encontrar, pues se lo ofrecían a otros. Este fue el caso que se encontró Enrique IV de Castilla; sus vasallos se la lían parda al declarar Rey a su medio hermano Alfonso al cual, llegan incluso hasta a coronar Rey en Ávila. No habría mucho que objetar a esto; puesto que Alfonso era el heredero designado por Enrique; de no ser porque aquellos, llamémosles disidentes, tuvieron la muy poca delicadeza de no esperar a que Enrique muriera; con o sin ayuda; o abdicase para llevar a cabo la coronación de Alfonso. Lo cual es un movimiento mas bien poco educado para la época.
En fin, así estaban las cosas por Galicia en aquellos turbulentos años. Puesto que, salvo muy honrosas excepciones, la mayoría de la nobleza de primera línea apoyo a su hermano Alfonso, el rey de castilla Enrique IV, no tuvo mucho más remedio que autorizar la formación de las santas hermandades en las villas y ciudades y bueno, cuando la cosa se empezó a liar aún más parda decidió que, ya que tampoco podía prestar demasiada atención al asunto, mejor no miramos demasiado hacia allí y mis leales ya se encargan. Esta actitud de Enrique fue algo más bien habitual en la época a la que nos referimos.
Si ahora a esto le añadimos que, en el año 1466 se da una epidemia, antes se dio un paseíto la peste, y se sumó una racha de malas cosechas, con todo lo cual, los nobles vieron sus rentas disminuidas y, como suele ser habitual decidieron subir los impuestos. Esta vez los nobles de alta posición decidieron ser más ecuánimes, eso sí, así que para que nadie pudiera acusarles de trato de favor, le impusieron también unos impuestillos a la iglesia. Impuestillos consistentes en “Su patrimonio integro señor Abad”.


El monasterio de San Martin del Couto fue uno de los
 muchos que apoyaron a las Santas Hermandades. No en 
vano había sido uno de los mas castigados por los 
impuestos que había añadido el de Andrade.
Con la alta nobleza haciendo amigos a pasos agigantados llego un momento en el que, hasta el clero llamaba a Roí. A Roí o a cualquier candidato viable a empuñar su espada contra la nobleza, que tampoco iban a ser muy quisquillosos acerca de la naturaleza del líder; si no podía ser Roí bien servía cualquiera imbuido por el espíritu de nuestro héroe. Ya fuera uno de sus lugartenientes, uno de sus hijos, o cualquiera que pudiese invocar su nombre. La cuestión es que hasta el señor abad reclamaba el retorno de Roi.
Ciertamente buscaron con ganas pues no solo encontraron un líder; encontraron tres. Realmente aparecieron incluso mandos intermedios. Roi dejo sembrada la semilla de la lucha por la justicia del corazón, y Enrique IV al autorizar las hermandades pues no se lo puso a estos muy complicado.

Así pues y dirigiendo las acciones Alonso de Lanzos que además dirigiría personalmente las operaciones en el norte; en el que fuera el terreno de Roi. Pedro Osorio se encargaría del área del centro y Diego de Lemos operaria en la zona del sur de Lugo y Orense. Seria en la primavera de 1467 cuando darían el pistoletazo de salida.

Os estaréis preguntando si el Osorio y el Lemos tendrán algo que ver con los Osorio y los Lemos, señores feudales gallegos de importancia y renombre. La respuesta a esta pregunta es que los grandes señores no tuvieron muchos miramientos en inflar a impuestos y en putear a sus sobrinos. También podría ser que estos sobrinos quisieran apoyar al rey, ya fuera por convicción, por honor o porque si gana el Rey yo ocupo el lugar de los que yo derrote. En todo caso aquí en Galicia a la hermandad se alistaron hasta los gatos exceptuando, claro está, a los miembros de la alta nobleza y sus tropas. Hasta Alonso de Lanzos era hidalgo, quizás proveniente de una familia con menor cache que los Osorio y los Lemos, pero hidalgo y miembro de la baja nobleza igualmente.
Otra de las posiciones habitualmente capturadas 
en estas dos revueltas fue el castillo de Nogueirosa. 
Posición de la casa de Andrade construida precisamente
 sobre terrenos del monasterio de San Martin del Couto. 

Así que bueno, ya sabemos, tradición es tradición y como tradicionalmente en la Península Ibérica hay que matarse en guerras, pues en aquella primavera de 1467 Alonso de Lanzos; con el poder del alma de Roi a su lado dirigiría a la friolera de casi cien mil hombres y se haría, en nombre de las santas hermandades, con el control de prácticamente la totalidad de Galicia partes de León y Asturias.
Ante la sorpresa y la emoción del amigo Enrique, a quien apoyaban los vencedores del golpe de mano, ejecutado muy al estilo del viejo Roi; ya sabéis sorpresa, golpe de mano audacia… Los irmandiños se hicieron con todo este territorio al igual que hiciera Roi en un tiempo bastante breve. Y mantuvieron sus posiciones hasta que cambiaron por completo las tornas. Lo cual comenzaría a suceder en 1468 con el fallecimiento; vaya usted a saber si esto sería casual, accidental o accidentalmente provocado; el caso es que muerto el Rey que apoyaba la alta nobleza que se oponía a Enrique estos fueron a hablar con el para acordar que “Bueno, igual nos hemos pasado, pero es que no te aguantamos. Eso sí, a tu hermana Isabel no solo si la aguantamos, sino que la preferimos como Reina.” De tal forma que todos juntos decidieron firmar el famoso pacto de los toros de Guisando. Los nobles le serian leales a Enrique, este declaraba heredera a su hermana Isabel y todos tan contentos.
Bueno, todos todos no. Evidentemente el que los nobles se volvieran a amigar con el Rey, no fue bueno para las hermandades. Los nuevamente amigos del alma de Enrique tenían cierto interés en recuperar sus posesiones y, claro, ahora que se habían vuelto a hacer amiguetes de copas y fiestas, pues a Enrique no le pareció mal que las recuperaran. 
De este modo los nobles escogieron para mandar la contraofensiva de entre todos ellos a Pedro Álvarez de Soutomayor, hijo de nobles, pero bastardo, que debía de ser un tío muy hábil puesto que aun siendo bastardo alcanzaría el mas alto escalafón entre los Soutomayor; que eran la familia más poderosa de la Galicia del momento.
Por extraño que pudiera parecer, puesto que la revuelta
 encabezada por Roi comenzaría con el asalto de este castillo 
de Moeche, en esta ocasión esta plaza no fue asaltada.
Conocido por su habilidad táctica y estratégica, así como por su visión de la guerra mas avanzada que la de los demás que le rodeaban Don Pedro Álvarez, alias Pedro Madruga por su manía de lanzar sus ataques contra sus enemigos a muy tempranas horas de la madrugada, cosa por otra parte mas o menos mal vista por algunos que aun creían en el sistema de quedar para combatir al día siguiente y esas cosas de la baja edad media que aun se estilaban, Pedro golpeo con eficacia y saña a las fuerzas irmandiñas, apoyado por el rey de Portugal, que le facilitaría un pequeño contingente  y paso franco para efectuar los movimientos que considerase necesarios.

De esta forma, gracias a la llegada de tácticas modernas como atacar cuando nadie te espera, y el hecho de que las tropas de Madruga estaban equipadas con los modernísimos arcabuces fue derrotando una por una a todas las santas hermandades, que si bien inicialmente habían sido una sola fuerza y una sola voz, al paso del tiempo al ser un movimiento mas transversal que en 1431 dejaron de llevarse bien entre ellos; motivo por el cual al amigo Pedro le costo mas bien poco ir aniquilándolos y rindiéndolos uno por uno.
Y así, sin prisa, pero sin pausa, Don Pedro Madruga terminaría hacia el 1472 con los alzamientos ante la sonrisa de los nobles mayores anteriormente derrotados y el Rey Enrique IV; quien primeramente apoyaría a los alzados; mirando literalmente hacia un par de toros en el pueblo Abulense de Guisando y, sin preocuparse demasiado de lo que les sucediese a los miembros de aquellas Hermandades que en ningún momento dejaron de serle leales.

Alonso de Lanzos, solo exigiría a Madruga el no entregar los territorios gobernados por el de Andrade anteriormente a este mismo; tal y como estaban haciendo, pues devolvían los territorios a sus antiguos señores. A Madruga, conocedor de que Lanzos y Andrade se odiaban a muerte no le debió parecer tampoco mala idea puesto que le permitió entregarle los territorios al arzobispo, quien se los entregaría después al de Andrade.
Alonso de Lanzos seria desposeído de todas sus posesiones en favor del de Andrade y encerrado en un calabozo. Fallecería a principios de 1481 mandando ser enterrado en el convento de San Francisco en A Coruña.

Poco tiempo después del final de estos hechos volvería la convulsión a nuestra Galicia a cuentas del trono de Castilla; pero eso ya es otra historia. 

Nos vemos en el próximo paseo.

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