Hoy vamos a pasear a través del tiempo. Voy a
llevaros a una historia, de tantas relacionadas con la época a la que os voy a
llevar, que me contaron hace ya bastantes años, y por cierto que también
bastantes veces. Es una historia que me toca personalmente, que nunca habría
llegado a transmitir mas allá de los límites de las paredes de mi casa, para
explicarle a mi hija cual es la diferencia entre las buenas y las malas
personas, la diferencia entre cordura y locura, y, sobre todo, cual es la
diferencia, en una guerra, entre un soldado y un hijo de puta.
Milicianos en Toledo posando con la momia de una
monja. Fueron tiempos en los ni siquiera los muertos
eran respetados.
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Mi abuelo era militar, militar de tradición.
De los de cumplir las órdenes y estar conforme con el rancho y la soldada. De
los que consideran que las ordenes no se comentan y no se discuten, se cumplen.
Y si la orden es dudosa, es deber del soldado solicitarla por escrito, asi como
del mando por escrito darla. Era mi abuelo al fin un soldado de los de verdad,
como los que hace siglos defendieron con sangre un Imperio, no en vano sus
antepasados, que son también los míos, generación tras generación han servido
como soldados al país o al Imperio.
Hace unos ochenta años, ser soldado a veces no
era fácil. A decir verdad, en este país ser soldado nunca ha sido fácil, no hay
gobernantes más desagradecidos para con aquellos que sirven que los gobernantes
españoles; aunque no quieran decirse españoles. Esto no cambiara en este país
por muy nacionalista o separatista que sea el gobernante. La cuestión es que,
bueno en este país de larga tradición católica, el ejercito siempre ha sido
católico y en esta época a la que nos dirigimos, ser católico… digamos que no
estaba del todo bien.
Pese a que la constitución de la II república,
en teoría defendía la libertad religiosa dentro del respeto y la privacidad, lo
cierto es que algunos se olvidaron de este detalle. Lo cual pues bueno, influyo
en multitud de hechos durante aquella oscura época que le toco vivir a mi
abuelo y a los abuelos de todos. Resumiendo, brevemente, la crispación y la
polarización de aquella sociedad en la que nadie respetaba a nadie (Abre los
ojos y escandalízate todo lo que quieras y seas del lado que seas, aquella
época fue así. Los dos bandos tienen sangre en las manos desde el año 1934)
termino por explotar y, como en estas tierras es costumbre, se desato una
guerra civil. Una de tantas en esta península nuestra. Y es que como ya he
dicho en varios artículos, nuestro hobby principal parece ser matarnos.
Las guerras solo son bonitas en los juegos infantiles.
En las de verdad la muerte llega para quedarse y, nadie
resucita a los muertos un rato después para irse juntos a
merendar al final de la tarde.
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Podemos resumir; que habrá algunos que resuman
y ya está, fin del articulo; diciendo que mi abuelo se alzó contra la II República,
y en cierto modo, esto sería verdad. Pero bueno, decir esto simple y llanamente
sería tan solo un matiz.
De todos modos, esto que escribo hasta aquí sería
simplemente para que os pusierais en situación de cómo estaba la época a la que
vamos.La historia que os voy a contar, es la de un republicano. La de un republicano y comunista de los de verdad; no de los de ahora. De los que sabían que puño debían levantar y que sin duda dirían sin miedo antes de morir que aquello que hicieron no estuvo bien. Sabiendo que no dejarían de ser igualmente comunistas por reconocer que se equivocaron. Este anciano, nacido en Pontedeume y, del que “olvidare” su nombre pues podría haber sido cualquiera que reuniera las condiciones que decíamos antes, aquel 21 de julio de 1936 estaba haciendo la mili en el 2º regimiento de Infantería de Marina; el Tercio del Norte. Y claro cuando el 2º Regimiento se pasa al bando alzado… Él estaba en el sitio equivocado.
Nuestro protagonista supo que marcharían hacia
el frente más pronto que tarde, y sabiendo como estaban las cosas en aquellos
oscuros momentos mejor que cualquiera de nosotros puesto que él vivía en ellos,
considero como mejor opción para su supervivencia, continuar en su puesto con
normalidad hasta que en el frente se le presentara la oportunidad de cambiar de
bando. Y así los días fueron pasando, hasta que, estando el regimiento desplegado
en Asturias, le surgió la oportunidad. Estaba de guardia y estaba solo. Así que
no se lo pensó demasiado y comenzó a avanzar con precaución hacia las líneas
republicanas. Pero llegados a la tierra de nadie, tuvo la mala suerte de
tropezarse con una patrulla de falange, que al ver que iba a desertar le
arrestaron.
Una miliciana sonríe al cámara
mientras se coloca un rifle al hombro.
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El segundo fue que el capitán que en aquel
momento era el oficial de guardia decidiera preguntarle, porque le conocía pues
estaba a su mando, porque razones estaba desertando. Nuestro protagonista
explicaría a aquel capitán la verdad: aquel no era su bando. El solo quería
luchar en el bando al que el pertenecía.
El capitán asintió con la cabeza, eligió a
cuatro de sus hombres, cogió su pistola, su cuchillo y su Mauser y ordeno
marchar hacia la tierra de nadie. En silencio marcharon aquellos nueve hombres
y su prisionero sin demasiado que decir, todos suponían cual era el destino al
que se dirigían y nadie iba a decir nada. Era una guerra y en la guerra las
cosas con así.
Llegados al centro de la tierra de nadie, el
capitán cogería por el cuello de la guerrera a nuestro protagonista, le
empujaría suavemente hacia un talud y, con su cuchillo le corto las ligaduras.
Nuestro protagonista no entendía nada, así que se giró. De este modo, al darse
la vuelta, pudo ver que sus hasta hacia poco tiempo compañeros encañonaban a
los falangistas y que el capitán guardaba su cuchillo mientras le miraba y
llamándole por su nombre le dijo: “Ve hasta tu bando, y si alguna vez te
encuentras en la situación en la que me he encontrado yo ahora; haz lo que hecho
yo ahora”. Y sin más el capitán dio orden de marchar, y regreso con sus hombres
a sus líneas llevándose con él a los cuatro falangistas.
Pasados unos instantes en los que espero
agazapado a que nadie se diese la vuelta para dispararle, cruzo hasta el bando
al que el sentía que pertenecía.
Muchas veces aquel anciano me contaba esta
historia cuando me encontraba por Pontedeume, generalmente en el Bogavante. Y
me la contaba entre lágrimas porque siempre me decía lo muchísimo que me
parezco a mi abuelo y lo mucho que se lo recordaba; porque aquel capitán que le
libero y le salvo la vida, era precisamente mi abuelo. Que siempre cumplió con
su deber, como soldado y como persona.
Pese a que varias personas me han dicho que
debería mencionar el nombre de este anciano, que a mi abuelo tanto creía deber,
no voy a hacerlo. Y no voy a hacerlo precisamente por respeto a él, dado que
llevo una cierta temporada oyendo a uno de los nietos de este Gran Hombre; que
tras la guerra tuvo buen trato con mi abuelo y siempre lo admiro; decir lo
fascista que era mi abuelo que se levantó contra la república. Y debido a que en
Pontedeume nos conocemos todos, si yo mencionase a su abuelo, todos sabrían
quien es el nieto en cuestión.
Soldados de Infantería, de cualquiera
de los dos bandos, formados para revista.
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Lo que hoy he pretendido con este artículo es
que todos entiendan que la guerra es un lugar terrible, negro y desolado. En el
que la vida de aquellos que combaten vale tanto como el honor con el que
combatan. Porque el odio lleva a la guerra, pero no necesariamente el odio
contamina a todos en una guerra. A mi abuelo, no lo contamino por eso hizo lo
que hizo. Quizás deberíamos intentar entendernos más todos y odiarnos un
poquito menos.
Y, por otra parte; dado que sé que el nieto de
este Gran Hombre, que era su abuelo, me lee asiduamente; quiero que haga
cuentas, y que se percate de que sus abuelos se casaron en 1942 y a su tío el
mayor no nacería hasta el año 1944. Así que, de no ser por el fascista de mi abuelo, no estarías aquí. De hecho, ni tan siquiera existirías.
Nos vemos en el próximo paseo
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